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Todo empezó en Alicante.

Esa ciudad sigue siendo mi punto de partida, mi casa, mi raíz.

A veces me pasa que cuando cierro los ojos y pienso en de dónde vengo, lo primero que me llega no son lugares, sino olores: el de la brisa del mar, el de las comidas familiares, el de las calles calientes en verano.

Alicante tiene esa mezcla de calma y melancolía que me acompaña desde siempre.

Yo crecí ahí, en una familia muy unida, llena de carácter, sensibilidad y amor.

Mi nombre es José Ten Verdú, y antes de ser diseñador o tener una marca, fui simplemente un chico que soñaba mucho.

Soñaba sin medida, sin filtros.

De pequeño ya imaginaba mundos distintos, escenarios, inventos, marcas que todavía no existían.

Veía belleza en cosas que la gente ni miraba: en una piedra, en una sombra, en un gesto.

No lo sabía entonces, pero eso sería una constante en mi vida.

A los dieciséis años estudiaba en el Liceo Francés de Alicante.

Elegí Biología, Física y Matemáticas.

Siempre me gustaron las ciencias porque me fascinaba cómo todo estaba conectado: las plantas, los minerales, el cuerpo humano, la tierra, el agua.

Pero también era un estudiante distinto.

Tenía dislexia, y eso me hacía aprender de otra forma.

Me costaba memorizar, me costaba seguir el ritmo del resto.

A veces me frustraba, otras simplemente me hacía reír.

Yo entendía las cosas a mi manera: no como fórmulas, sino como historias.

Y aunque en el colegio eso no siempre se valoraba, con el tiempo me di cuenta de que esa forma de pensar era mi regalo.

Era un chico muy sensible.

Lo sentía todo.

Si alguien se enfadaba, lo notaba.

Si algo iba mal, lo percibía antes de que ocurriera.

Y en medio de esa sensibilidad viví también momentos difíciles, como la separación de mis padres.

Fue una etapa dura, donde aprendí a adaptarme, a hacerme fuerte desde dentro.

En esa época uno no entiende del todo las cosas, pero con los años ves que cada situación te moldea, te enseña, te prepara.

Hoy sé que todo eso fue necesario.

La familia, para mí, siempre ha sido el centro de todo.

Desde pequeño entendí que sin la familia no eres nada.

De ahí viene todo: los valores, el carácter, la forma de mirar el mundo.

Yo me crié rodeado de personas que me enseñaron sin hablar:

mi madre Ana, con su energía infinita, su mirada serena y esa mezcla entre fuerza y ternura;

mi padre, con su forma más silenciosa pero siempre presente;

y mis abuelos, que son una parte enorme de todo esto.

De mi abuelo Juan heredé el carácter, esa manera de estar en el mundo con firmeza, con respeto, con orgullo tranquilo.

De mi abuelo Pepo, la creatividad y el ingenio .

Él siempre encontraba soluciones a todo, y tenía esa chispa que hacía que las cosas más simples parecieran importantes. Vi cosas tan grandes que no me contente con menos

Y de mi abuela Justina, el alma.

El cariño, , los miércoles después de clase en su casa, los olores, las risas.

De mi abuela Manoli, la bondad y la gratitud

Ella me enseñó a ver la belleza de lo cotidiano, a valorar los gestos pequeños. A dar sin recibir, a querer y preocuparte de tu familia.

Todo eso, sin yo saberlo, se convirtió en el corazón de Andesites.

Crecí entre tiendas, conversaciones familiares, tardes de verano y la sensación de que la vida tenía algo más.

Que había un propósito escondido, algo que aún no entendía pero que sentía que me esperaba.

Siempre tuve esa inquietud, ese fuego interno que te dice que estás destinado a construir algo, aunque no sepas todavía el qué.

A veces me costaba encontrar mi sitio.

Era muy joven, muy observador, y el mundo parecía ir más rápido que yo.

Pero con el tiempo aprendí que no hay que correr.

Que las cosas que de verdad valen se forman despacio, igual que una roca volcánica después del fuego.

En aquel entonces no sabía que esa imagen la lava, la transformación, el mineral  acabaría dándole nombre a mi vida.

Pero ya estaba ahí, latiendo.

Alicante me enseñó todo.

Me enseñó a respetar, a tener humildad, a confiar en el proceso.

A valorar la calma.

A entender que la familia no es solo quien te acompaña, sino quien te sostiene cuando todo se mueve.

Cada conversación con mi madre, cada silencio con mi padre, cada comida con mis abuelos eran lecciones que ahora, mirando atrás, tienen todo el sentido.

Esa tierra, ese mar, esa gente: todo eso está dentro de Andesites.

Andesites, en realidad, empezó mucho antes de tener nombre.

Empezó en esos días de infancia.