Este sitio web tiene ciertas restriucciones de navegación. Le recomendamos utilizar buscadores como: Edge, Chrome, Safari o Firefox.

Hay momentos en la vida que no los ves venir.

Suceden sin aviso, sin importancia aparente, y después te das cuenta de que ahí empezó todo.

Yo tenía dieciséis años.

Vivía en Alicante, seguía en el Liceo Francés, y aquella noche era como tantas otras.

Cenábamos en casa, mi madre y yo, en una cocina con una isla en medio, una parte de la casa que daba al interior, con una luz cálida y tranquila.
Cuando creamos Andesites, no teníamos ni idea de lo que estábamos haciendo.

Pero lo hacíamos con amor.

Mi madre, Ana, siempre ha tenido una energía increíble.

Ella era comercial de marcas, conocía a mucha gente, tenía ese olfato natural para lo que funciona.

Y yo, con mi cabeza llena de ideas, aportaba la parte más creativa.

La verdad es que, al principio, lo veía como un hobby.

No pensaba que aquello fuera a ser grande.

Andesites era una marca de mujer, y aunque la idea había sido mía, no sentía un apego real todavía.

Me gustaba aportar ideas, pensar nombres, imaginar conceptos… pero no tenía la mentalidad de alguien que ve a largo plazo.

No pensaba como empresario, pensaba como un chico soñador.

En esa época también estaba mi prima Manuela, que se implicó muchísimo.

Pasaba horas y horas trabajando, organizando, subiendo cosas a Instagram.

Mi madre y ella eran imparables.

No dejaron ni un solo día de subir contenido.

Y eso, con el tiempo, fue lo que mantuvo viva la llama.

Yo, en cambio, iba y venía.

No tenía todavía ese compromiso total.

Pero algo había.

Una energía.

Una intención buena.

Y aunque ninguno lo supiera aún, estábamos construyendo las bases de algo que iba a durar.

Mi madre, sin darse cuenta, fue quien enseñó con el ejemplo lo que es la constancia.

Ella nunca se rindió, ni siquiera cuando no había resultados.

Y eso, años después, fue la lección que más me marcó.

Recuerdo perfectamente lo que estábamos comiendo: crema de verduras.

Una cena normal, de un día cualquiera.

Pero lo que vino después cambió mi vida.

A la mañana siguiente íbamos en el coche, camino a algún sitio, no recuerdo a dónde exactamente.

Pasábamos por esa rotonda tan larga que todos los de Alicante conocen, cuando mi madre me miró y me dijo algo que nunca olvidaré:

“¿Y si hacemos una marca de vaqueros?”

Fue una frase espontánea, sin plan ni contexto.

Pero a mí me explotó la cabeza.

Ese momento, tan simple, me abrió un universo.

Empecé a soñar y a soñar.

A imaginar colores, texturas, nombres, conceptos.

Todo se conectó dentro de mí.

Por entonces estaba estudiando Biología.

Me fascinaba cómo la vida se organizaba: los minerales, las rocas, los procesos naturales.

Y de repente, todo tuvo sentido.

Los vaqueros eran como el agua, los lavados como minerales, el tejido como tierra.

Eran un reflejo de la naturaleza.

Y ahí apareció la palabra: Andesites.

La andesita es una roca volcánica que nace después de una erupción, cuando la lava se enfría lentamente.

No hay imagen más bonita para describir la transformación.

El fuego, la presión, el tiempo… y de todo eso nace algo sólido, resistente, elegante.

Me vi reflejado en eso.

Y sin saberlo, estaba poniendo las primeras piedras de lo que años después se convertiría en mi vida.

Era 2020.

Todavía no había cumplido los 17.

Y aunque no lo sabía, en ese coche, entre semáforos y pensamientos, nació Andesites.

Una marca, sí, pero sobre todo una historia.

Una historia que no empezó con un plan de negocio, sino con una conversación entre madre e hijo.

Con el tiempo, entendí que Andesites no trataba de ropa.

Trata de familia.

Todo lo que somos viene de ahí.

De mi abuela Manoli y su trastienda.

De mi abuelo Juan y su carácter.

De mi abuelo Pepo y su ingenio.

De mi madre y su manera de luchar sin perder la sonrisa.

Mi abuela Manoli tenía una tienda.

Ahí aprendí lo que significa el trabajo bien hecho, el cariño al cliente, la dedicación.

Mi madre lo vivió de pequeña, lo absorbió, y me lo transmitió sin palabras.

No hace falta hablar cuando los valores se respiran.

Cada detalle de Andesites tiene algo de eso:

la comida familiar de los miércoles,

las risas con mis primos,

las sobremesas largas,

las conversaciones sinceras,

las pequeñas cosas que hacen que la vida sea vida.

Andesites es eso: ver lo bonito donde nadie lo ve.

Y eso me lo enseñó mi familia.

A veces pienso que todo lo que soy lo aprendí en casa.

No en los libros, ni en los estudios, ni en los viajes.

En casa.

En las personas que me enseñaron a respetar, a ser humilde, a confiar.

Y me gusta pensar que Andesites transmite todo eso.

Porque, al final, sin la familia no eres nada.

Y si Andesites hoy existe, es gracias a ella.


Con el tiempo, las cosas empezaron a crecer.

Me vine a Madrid a estudiar, buscando aire nuevo, independencia, una nueva vida.

Quería escapar un poco de Alicante, de los recuerdos, de los mismos sitios, de los mismos amigos.

Tenía esa necesidad de empezar de cero.

En Madrid teníamos las oficinas en el mismo espacio que antes era el de mi madre.

Era un sueño: un sitio bonito, céntrico, lleno de energía.

Andesites ya se movía, teníamos eventos, becarios, equipo.

Todo parecía funcionar.

Pero dentro de mí había algo que no terminaba de estar en su sitio.

Vivía en una residencia universitaria, salía, bebía, hacía lo que hacen todos con mi edad.

Y no me arrepiento, pero sí reconozco que no estaba bien.

Intentaba llenar un vacío que no se llena con ruido.

Y mientras tanto, Andesites seguía creciendo.

Mi madre trabajaba sin parar.

Yo colaboraba, pero sin esa conciencia real de lo que significaba tener una empresa.

Vivía sin entender la responsabilidad que había detrás de cada decisión.

Esa etapa fue un espejo.

Me enseñó que puedes estar rodeado de todo y aun así sentirte vacío.

Y que la plenitud no está en lo que tienes, sino en lo que haces con sentido.

A veces hace falta perderse un poco para volver a encontrarte.

En ese punto de la historia llega alguien muy importante: Erik Bernabéu Lau.

Un amigo, pero más que eso: una de esas personas que aparecen cuando más las necesitas.

Con el tiempo se convirtió en alguien a quien admiro profundamente.

Y no solo él, también su madre, Ingrid Lau.

Ambos confiaron en nosotros, en mi madre y en mí, y decidieron invertir en Andesites.

Pero más que dinero, pusieron corazón.

Nos dieron fe, apoyo, cariño.

De repente, de la nada, nació una nueva familia.

Y ahí cambió todo.

Yo decidí implicarme al cien por cien.

Por primera vez sentí que tenía que demostrarme que esto era mío.

Que Andesites no era solo un sueño adolescente, sino algo real.

Me entregué completamente.

Pero no fue fácil.

Ser empresario es mucho más duro de lo que parece.

Hacen falta caídas para aprender.

Yo las tuve todas.

Perdí dinero, tiempo, amigos.

Pasé por momentos donde parecía que todo se desmoronaba.

Andesites rozó la quiebra, y ahí, justo ahí, aprendí lo que de verdad significa construir.

Aprendí a no rendirme, a confiar incluso cuando nada sale, a mantener la calma.

A entender que todos los “no” del camino son parte del proceso, que los “sí” llegan después, cuando te los has ganado.

Y también aprendí lo más importante: que todo pasa por una razón.

Nada llega por casualidad.



En uno de los últimos eventos de Andesites conocí a Sophie, mi novia.

Y con ella aprendí otra forma de amor: el apoyo real, el de estar.

Ella me ha acompañado en los momentos más difíciles, cuando me tocó reconstruirme desde cero.

A partir de ahí, todo cambió.

Dejé de salir, de beber, de distraerme.

Empecé a cuidarme.

A entrenar, a comer bien, a descansar.

A dedicar todo mi tiempo a Andesites, pero también a mí.

Porque entendí que no puedes cuidar un proyecto si no te cuidas tú primero.

Ahí descubrí lo que realmente significa madurar.

No por obligación, sino por elección.

Dejar atrás lo que te frena.

Apostar por ti.

Y trabajar con propósito.

Me di cuenta de que Andesites me había enseñado a amar.

A valorar, a agradecer, a entender lo que es la paciencia.

Y sobre todo, a no tener miedo.

A vivir con gratitud, incluso cuando no sabes lo que viene después.

No sé dónde estará Andesites dentro de diez años.

No sé si crecerá, si cambiará, si se transformará.

Pero sí sé una cosa: ya cumplió su propósito.

Andesites me hizo ser quien soy.

Me enseñó lo que es la responsabilidad, el amor, la constancia.

Me enseñó a caer y volver a levantarme, a confiar, a tener fe.

Me enseñó a vivir.

Hoy miro atrás y entiendo todo:

los “no”, las caídas, los miedos, las dudas.

Todo tenía un sentido.

Porque sin eso no existiría este libro, ni esta historia, ni esta versión de mí.

Andesites no es solo una marca de vaqueros.

Es un símbolo.

De familia, de transformación, de amor.

De una madre y un hijo que creyeron que los sueños pueden hacerse realidad si los haces con el corazón.

Yo soy José Ten Verdú.

Y esto no es solo mi historia.

Es la historia de cómo Andesites me enseñó a ser persona antes que empresario.

De cómo el amor, la familia y la calma pueden convertir el fuego en belleza.

Y aunque no sé qué pasará después, sé que pase lo que pase, Andesites siempre estará en mí.

Porque no hay marca sin alma.

Y el alma de Andesites, desde el primer día, fue esto:

una conversación, una familia, un sueño…

y la certeza de que todo esfuerzo, con el tiempo,

acaba encontrando su lugar.